En muchas tertulias condales resulta cada vez más recurrente lamentar el pésimo estado de la ciudad. Los tertulianos coinciden en los continuos desaciertos en la gestión municipal, en un consistorio más dedicado a hacer ruido que a trabajar para paliar los efectos devastadores que la pandemia ha tenido sobre los vecinos y las empresas de la ciudad, en especial las dedicadas al turismo.
Resulta que los profesionales de la cosa pública van como locos detrás de conseguir “el pelotazo”, “algo” espectacular lleno de focos, luces y colores que les permita dejarse ver en los medios de comunicación, colgarse medallas y mostrarse como lo que no son, gestores de lo público. Porque, lo de gestionar bien el día a día de la ciudad y dejarse de tonterías, no se estila.
La Barcelona moderna tuvo dos etapas que modificaron totalmente su aspecto y habitabilidad: el Plan Cerdá y la reforma olímpica. La primera en 1860 y la segunda en 1990. En estas dos grandes citas la ciudadanía se unió, quiso hacer de Barcelona epicentro económico, social, del arte, de la cultura y del deporte. Barcelona fascinó al mundo entero.
La marca Barcelona, desde los Juegos Olímpicos del 92, es una marca reconocida en todo el mundo, y hasta hace poco ha sido una marca prestigiosa, que sorprendía gratamente a aquellos que la conocían. Desgraciadamente hoy ya no es así, porque aquí vivimos de rentas y hace ya tiempo que Barcelona ha dejado de ser lo que era.
Inseguridad, suciedad, dificultad en el acceso a la vivienda, narcopisos en el Raval, el ruido, el incivismo, … Estas son ahora las tristes marcas de identidad de la ciudad de Barcelona, pero no son el principal problema, simplemente son el resultado de la deficiente, ineficaz, contraproducente, errante y caótica gestión que el equipo de gobierno municipal aplica. El problema principal de nuestra querida Barcelona es uno: La falta de gestión eficiente.
Lamentablemente, no solo aplicada al día a día, también lo hacen con las estrategias que marcaran el futuro de Barcelona, pero por si esto no fuera poco, añadamos el inexistente, prejuiciado y desaparecido papel de la oposición, ¿acaso hay oposición municipal? El compromiso de los partidos políticos con Barcelona es nulo: unos y otros, miran a otros lados, la mayoría, a lo que ocurre enfrente de la plaça Sant Jaume.
Nuestra ciudad tiene que ser más segura, más limpia, más cívica, más verde, más sostenible, pero eso no es sinónimo de retroceso, ni de medidas estúpidas o de abrir una guerra contra el coche. La Barcelona que queremos, la que ya habíamos tenido, precisa de mejor gestión, de más compromiso con su comercio, con su industria y con su gente.
Queremos la Barcelona que nos une.